Barrayar by Lois McMaster Bujold

Barrayar by Lois McMaster Bujold

autor:Lois McMaster Bujold
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Ciencia-ficción
publicado: 1991-10-01T04:00:00+00:00


12

El mayor colocó a Gregor detrás de él, bien acomodado entre el saco de dormir y las alforjas. Cordelia volvió a enfrentarse a la tarea de subirse a ese instrumento de tortura para humanos y caballos: la montura. Nunca lo hubiese logrado sin Bothari. Esta vez el mayor cogió sus riendas, y Rose marchó junto al caballo tirando mucho menos de la brida. Bothari permaneció en la retaguardia, vigilante.

—Y bien —dijo el anciano después de un rato, dirigiéndole una mirada de soslayo—, ¿así que es la nueva señora Vorkosigan?

Sucia y desaliñada, Cordelia le sonrió con desesperación.

—Sí. Ah, el conde Piotr no mencionó su nombre, ¿mayor…?

—Amor Klyeuvi, señora. Pero la gente de aquí me llama Kly.

—¿Y… qué es usted? —Aparte de ser un duende que Piotr había conjurado de la montaña.

Él sonrió, una expresión más desagradable que atrayente, dada la condición de su dentadura.

—Soy el Correo Imperial, señora. Cada diez días realizo un circuito por estas colinas cercanas a Vorkosigan Surleau. Lo he hecho durante dieciocho años. Aquí hay jovencitos con hijos que sólo me han conocido como Kly el Correo.

—Pensé que en estas zonas la correspondencia se repartía por aeronave.

—Eso querían. Pero las aeronaves no llegan a cada casa, sólo la dejan en un punto central. La cortesía ha desaparecido. —Escupió con disgusto unas hojas—. Aunque si el general logra mantenerlos alejados un par de años más, cumpliré mis últimos veinte años de servicio y habré cumplido tres períodos de veinte. Ya me retiré cuando cumplí dos períodos, ¿sabe?

—¿En qué división, mayor Klyeuvi?

—Los Guardianes Imperiales. —La miró con disimulo tratando de observar su reacción; ella lo recompensó alzando las cejas, impresionada—. Me dedicaba a cortar cuellos, no era un técnico. Por eso nunca pasé de mayor. Me inicié a los catorce años en estas montañas, creando cercos para atrapar a los cetagandaneses con el general y con Ezar. Después de eso, nunca regresé a la escuela. Sólo asistí a cursos de entrenamiento. El Servicio se las arregló sin mí, con el tiempo.

—No del todo, según parece —dijo Cordelia, mirando el bosque aparentemente despoblado.

—No… —El mayor exhaló un suspiro con los labios fruncidos y se volvió para mirar a Gregor con inquietud.

—¿Piotr le contó lo que ocurrió ayer por la tarde?

—Sí. Anteayer por la mañana me fui del lago. Me perdí toda la diversión. Espero que lleguen noticias antes del mediodía.

—¿Le parece probable que… llegue algo más para entonces?

—Ya veremos —respondió él en tono más vacilante—. Tendrá que cambiarse esas ropas, señora. El nombre VORKOSIGAN, A. en grandes letras sobre su bolsillo no resulta muy discreto.

Cordelia observó la camisa negra de Aral y guardó silencio.

—La librea del señor también sobresale como una bandera —agregó Kly mirando a Bothari—. Pero pasarán bastante desapercibidos con las ropas adecuadas. Dentro de un rato veré lo que puedo hacer.

Cordelia anticipó el ansiado momento del descanso. ¿Pero a qué coste para aquellos que le diesen refugio?

—¿Se pondrán en peligro si nos ayudan?

Él alzó una de sus tupidas cejas grises.

—Tal vez. —Su tono no la alentó a realizar más comentarios acerca del tema.



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